Ya se habló en las revistas de moda del estilo normcore, el hipster que está ya tan pasado de ser hipster que intenta ir de normal. De normal pero del caro, que su chándal cuesta una pasta a pesar de parecer George Constanza.
Esa actitud en la moda de me pongo lo primero que veo en el armario (aunque esté medido al milimetro) forma parte de toda su vida. El anti postureo, el anti Instagram, el anti hipsterismo ilustrado. Pero el normcore deja constancia de su anti todo (antídoto) del modernismo. Sus conversaciones criticarán ese modo de vida de flashes, photocalls, peloteos y falserío del que tanto huelen las redes sociales.
Pero el normcore tampoco es mundano, no confundamos su “no al moderneo” con identificarse con cualquier hijo de vecino porque su estatus está mucho más elevado y se jactará de ello. Se enorgullecerá de no poder relacionarse con el público llano porque eso le hace ser una persona de calidad.
Pero pasa el tiempo y vemos que el normcore acaba haciendo tanto anti postureo que acaba postureando sobre esto mismo, que acaba relacionándose con aquellos a los que no para de criticar y no dudará en alabar la obra de alguien al que sinceramente considera un gilipollas. Acusará a todos los que le rodean de superficiales, de simples mentes incapaces de tener pensamientos profundos dignos de su tiempo.
Recriminará el peloteo y el contacto con gente de renombre, excepto, claro está, que el protagonista de ese peloteo sea él mismo, porque a pesar de que diga mil veces que rehúye de la endogamia hipster, no dudará en rechazar a todo el que no pertenezca a ese ámbito cool y sólo se rodeará de otros normcore como él a los que les pone cada vez que reciben una mención o una palabra de alguno de esos ídolos de los hipsters.
Al fin y al cabo un normcore no deja de ser un hipster que se ha cansado de la camisa estampada y se ha puesto una sudadera encima.