El año pasado, por el mes de junio, mi amigo AC Ojeda y yo decidimos cubrir el Festival Nocturna para Frikarte.com. La experiencia fue un tanto accidentada, tuvimos muchos problemas con el alojamiento, con el poco dinero que teníamos para comer y esas situaciones ridículas que voy acumulando para escribir un libro o una sitcom. Esa semana no todo fue malo, claro está. Primero que disfrutamos de un festival enorme y con grandes películas, que pudimos entrevistar a Joe Dante y encima vimos Los Gremlins en el cine y nos convertimos durante un rato en dos niños chicos otra vez (aunque el señor Ojeda tiene muchos momentos de eso y espero que no se me moleste por el comentario). Y en el terreno personal, pues afianzamos una amistad que cómo él dice: “Lo que unió Joe Dante, que no lo separe el hombre”
Todo es muy bonito pero también descubrimos que somos unos psicópatas en potencia. Una de nuestras películas favoritas fue Charm (o Malcolm, o Random acts of violence, sí tiene tres títulos diferentes). Yo por cuestiones personales, vi menos que el señor Ojeda, pero ambos coincidimos en que Charm fue uno de los mejores momentos del festival.
La descripción de la película avisaba que era una mezcla de La naranja mecánica y American psycho y sí, lo es. La película está protagonizada por Ashley Cahill (director y guionista a su vez) que interpreta a Malcolm, un inglés que lleva viviendo muchos años en Nueva York y se ha cansado del ambiente pijo y acomodado que se está apoderando de la ciudad. Ya hasta los vagabundos son vegetarianos. ¿Dónde está el carácter revolucionario de los años 70 y 80? Malcolm quiere traerlos de vuelta, quiere que los hipsters y los niños ricos abandonen Nueva York. Para ello comenzará a cometer una serie de crímenes aleatorios que devuelvan la paz a Nueva York, quiere una revolución, una revolución televisada.
Y es que Malcolm ha contratado a un equipo de grabación para documentar sus actos, por ello nos encontramos partícipes de sus conversaciones directas a la pantalla y pronto sus ideas y su sentido del humor macabro hace que nos empiece a caer bien. A medida que comienzan los crímenes nos damos cuenta de que “oye es que a ese también me entran ganas de matarlo a mí”. Este pensamiento se repetirá unas cuantas veces más porque ¿no estamos hartos de los hipsters? Y ya lo dicen en la contraportada del DVD “Killing hipsters never looked so good”.
Lo mejor de todo es el carácter irónico de la película, porque el mayor hipster de todos es el protagonista y sus propias ideas y plan son puetas en entredicho a lo largo de la historia porque Malcolm también es como las personas que él mismo critica. Una película genial desde el principio hasta el fin.
Cuando salimos de verla, comentamos que queríamos a un amigo como Malcolm. Un matahipsters. En la propia película se burlaban de dos personajes por llevar camisetas con los nombres de los directores Godard y Truffaut, porque eran tan cool que sólo veían cine francés de la Nouvelle Vague. En ese momento Ojeda me confesó que en la misma sala de cine había un tío con una camiseta igual con el nombre de Fassbinder.
Así que mirábamos a uno y a otro lado y decíamos, oye a ese lo mataría Malcolm. A los frikis/canis que encontramos en el Subway que hablaban de películas de Marvel como si fueran expertos, también. Sobre todo nos marcó la frase de: “Dios yo con Transformers lloré de la emoción” (y el chaval no estaba siendo irónico).
Pero pronto descubrimos que no necesitábamos a Malcolm, nosotros eramos él. Tenemos un psicópata en potencia escondido. Sobre todo cuando sentados en el metro, un guiri de unos 19 años se tumba en el suelo del pasillo, con un vaso en la mano y en la otra un cigarro encendido que me rozaba la rodilla. Ese momento de tensión en el que Ojeda y yo mirábamos disimuladamente al chaval pensando: “Ni se te ocurra acercar más el cigarro, no sabes qué película hemos visto”. Y cuando por fin nos bajamos le pregunto a Ojeda: “Tú también estabas pensando en convertirte en Malcolm ¿verdad?” “Sí, te llega a quemar con el cigarro y la lío”.
A partir de ese día cada vez que vemos a un hipster o alguien de estos que nos repatea en lo más hondo decimos, “a ese Malcolm lo mataba”.