Y que nada, que sigue y nunca termina. Esa sensación de domingo por la noche que la tengo desde por la mañana, o desde mediodía o desde las cinco de la tarde dependiendo de la hora a la que te despiertes -que no levantes porque posiblemente te pases todo el domingo tumbada en la cama-y que te dura hasta que te quedas dormida la noche del domingo cuando ya es lunes y te han podido dar hasta las cuatro de la mañana pensando en miserias e intuiciones negativas.
Y a mí el domingo por la noche y todo el domingo, no hay quién me hable. Me gusta estar encerrada en mi cuarto, escribo, leo, veo series y duermo. Duermo mucho. Duermo en realidad para que pase el tiempo, para que pase el puto domingo. Porque los domingos y los fines de semana en realidad, son los días en los que la gente no tiene tiempo para ti y te quedas sola pensando en tus cosas. Y como soy pesimista, mis cosas siempre son malas y pienso en rechazos, en confusiones, en posibles problemas que se acercan…vamos que soy un poco gilipollas.
Y me gusta el silencio y odio los murmullos que me dan la sensación de que invaden mi intimidad, como si abrieran la puerta de mi cuarto y de mi mente. Y aquí estoy domingo por la noche comiendo caramelos hasta que me duela la tripa y pensando en que me tienen que decir algo y no me lo dicen porque a lo mejor es lo que me temo, lo que no me quiero temer, pero una ya ha pasado por esto y ya se sabe cómo acaba. Y no quiero que acabe (como si hubiese empezado algo) y espero que me digan algo que disipen todos los problemas. Pero eso no pasa. Y más pienso, y más dudo, y más temo.
Porque me deprimo con facilidad, pero también es muy fácil quitarme todas las tonterías. Lo malo es que no lo hacen.